En una madrugada de febrero, en el Alamillo, junto a ese Guadalquivir de Juan Ramón para soñar o de Bécquer para pasear, algo fría, pero de mínimas en desplome y bajo un hermoso cielo de estrellas resplandecientes, Viator, esperando la llegada de un taxi, repasa historia y, recordando espacios con latidos toponímicos aún presentes, visualiza el pasado.
Con
el paso de los años y con el fin de evitar estas riadas que tanto amenazan a la
ciudad, la laguna se rellena, se puebla de álamos y el nuevo espacio comienza a
llamarse La Alameda, pero La Alameda sigue inundándose, incluso hay ocasiones
que solo puede
Puente de barcas en Triana *Giralda y catedral *Torre del Oro y Torre de la Plata
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Restos del templo romano de la calle Mármoles, Sevilla