Aún recuerdo la primera vez que oí la expresión “El
Camino de Santiago”. Fue de boca de Dª
Manolita, mi maestra parvulista, hoy Sor Blanca. Me lo describió como “un rastro de espuma blanca que se veía en el cielo las noches serenas y claras
de verano”. Años más tarde con Don José, el maestro del pueblo que me preparó
para la prueba de ingreso en el instituto, supe que se trataba de la Vía
Láctea… venía en la Enciclopedia Álvarez donde, también leí, por primera vez,
la palabra Apóstol unida a la de Santiago. Hablaba de cuando el Santo llegó a
España y, un día, descansando en un pilar, a orillas del Ebro, se le apareció
la Virgen.
En el año 1.965 se celebró en España el Año Santo
Compostelano. La propaganda religiosa, sobre el acontecimiento, me aproximó al
Camino tanto que, a partir de aquella fecha, me creé cierta dependencia de todo
lo que hablara… del Camino, del Santo, de la Catedral, del Peregrino y, todo lo
relacionado con el tema, lo veía, leía y retenía con excesivo interés.
Del Camino porque, lo intuía como la vida misma. Un
caminar de dificultades, generoso en resbalones, tropiezos y desdichas; tacaño
en complacencias y satisfacciones y con un objetivo… ¡Llegar!
Del Santo
porque, lo intuía vigoroso,
enérgico, entusiasmado, incluso apasionado con “la encomienda de evangelizar España”.
De La Catedral
porque, lo poco que sabía de ella, aparte de los diferentes estilos barroco y neoclásico que decían los libros de arte,
lo que más me atraía era la simbología antagónica de
puertas, columnas… que hablan de norte y sur, de blanco y negro, de entrada y salida, de principio
y fin, de nuevo y de viejo …
Del Peregrino, para mí una persona especial
con una creencia muy singular y unos dones extraordinarios.
Todo esto
bullía en mi
mente mezclando lo religioso con
lo profano, lo arcano con lo notorio, lo
normal con lo singular,…
En el año 1.971 se celebraba el Año Santo
Compostelano, me encontraba destinado en Algar, Cádiz. Queriendo participar en
aquel acontecimiento y hacerlo extensivo al centro, concebí un proyecto que, llevado
por mi sentir, trasladé primero al Claustro, que lo aceptó con entusiasmo y
luego a mis alumnos que, al principio,“
ni fu,
ni fa” pero
que conforme lo fuimos
desarrollando más se entusiasmaban.
El objetivo tenía
un componente teórico referido a la vida de Santo y otro práctico
representando el Camino y del que quedaría constancia en el aula. En este
último, los alumnos hicieron todo lo posible para ayudar. Trabajando en equipos,
escribieron a parroquias y ayuntamientos de ciudades y pueblos del Camino para
recopilar documentación… pintaron, rotularon y recortaron cartulinas, material con el que, poco a poco, fuimos empapelando las paredes
de la clase.
Cuando el proyecto estuvo acabado… tiras de cartulina
roja, pegadas en las paredes, mostraban los caminos de Somport y Roncesvalles
que se unían en Puente la Reina para
continuar por Burgos y León hasta
Santiago… Cuadrados de cartulina negra marcaban estas ciudades… Círculos
del mismo color indicaban los pueblos y aldeas que atravesaba el camino,
incluido algún desvío habitual como el de Samos… Tiras azules marcaban los
ríos… Perfiles montañosos de
cartulina marrón señalaban
los montes que había que
atravesar en El Camino. Todo esto quedaba documentado con la información
recibida por correo y que previamente habíamos ido seleccionando.
Fueron muchas las felicitaciones por aquel trabajo
que, por muchos años, permaneció pegado
en las paredes de aquel aula.
Mi sorpresa llegó una mañana de un uno de setiembre,
cuando me incorporé al colegio después
de las vacaciones del verano. Al llegar vi que
la fachada la habían pintado. Un presentimiento me llevó directo a
la clase. Estaba toda de blanco. Una gran desilusión me invadió. No tardó en llegarme la justificación oficial…
“Todo estaba en muy malas condiciones”. Y era verdad, habían pasado los años y el
papel, las cartulinas y los colores se habían degradado. El trabajo había
desaparecido pero en la clase, como en todo el edificio, la limpieza y el
blanco nieve de la cal era notorio.
Con la justificación del saneamiento y la limpieza aprendí
la lección y, aquel mismo día, me prometí que algún día, aquella experiencia,
la haría realidad de forma que nadie me la pudiera borrar… ¡Haciendo El Camino!
Goma
Autor José González Mayoral - Goma -
Obra inscrita en el Registro de la propiedad intelectual
Imagen ISABEL GISBERT PALACIO
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