DIARIO DE UN PEREGRINO
Marzo, día 06, Viernes.
Cuando salí del albergue quedé sorprendido, la estampa que tenía ante mis ojos, nada tenía que ver con la que guardaba en mi retina de la tarde-noche anterior. No nevaba, tampoco lucía sol. Una niebla espesa lo cubría todo pero la claridad del día permitía ver mejor. Con nuestras mochilas a las espaldas, abandonamos el albergue. A nuestro alrededor el paisaje era de postal navideña. La silueta de la iglesia Santa María a Real llamó nuestra atención y fuimos a visitarla. Allí, donde se obró el milagro de la Sangre de Cristo, el Santo Grial y, sobre un pedestal, la visitada talla de la Virgen que da nombre a la iglesia.
En cuanto salimos vimos el bar de Carolo. Brigitte nos recordó…
- Vamos a sellar y desayunamos.
Al entrar, estaba lleno. Entre la gente reconocí a algunos del albergue.
Encima del mostrador estaba el sello y el tampón. Saqué las credenciales y las sellamos mientras pedíamos el desayuno, que como casi todos los días, consistía en “Colacao con lo que sea”, este día fue con tostadas. Los que nos siguieron, no pudieron tomarlas…
- Se ha acabado el pan. Las últimas tostadas las he puesto en esa mesa. Oí decir a la señora, del mostrador, señalando nuestra mesa.
- Se ha acabado el pan. Las últimas tostadas las he puesto en esa mesa. Oí decir a la señora, del mostrador, señalando nuestra mesa.
Desayunamos, cargamos con las mochilas y, dispuestos a caminar, salimos a la puerta. Nos dejamos llevar por los que iban delante y a pocos metros vimos la franja negra…
- ¡La carretera!.
Exclamo Brigitte. Estaba claro que acababa de pasar “la máquina quitanieves”. La nieve estaba acumulada en sus laterales. Pronto pisábamos el asfalto y comenzamos a subir. Continuas subidas y alguna que otra bajada nos llevaron por Liñares y Hospital de la Condesa, al Puerto del Poyo, a 1.330 m donde por cierto estaban las máquinas que habían trabajado limpiando la carretera. Habíamos andado unos 10 km. A partir del puerto comenzamos a bajar. El tiempo mejoraba a cada kilómetro. Entonces, pensé en las palabras que dije a mis hermanas la noche anterior, sobre el cambio imprevisible del tiempo en alta montaña y que no oyeron porque nada más echarse en la cama se acurrucaron en los brazos de Morfeo.
Exclamo Brigitte. Estaba claro que acababa de pasar “la máquina quitanieves”. La nieve estaba acumulada en sus laterales. Pronto pisábamos el asfalto y comenzamos a subir. Continuas subidas y alguna que otra bajada nos llevaron por Liñares y Hospital de la Condesa, al Puerto del Poyo, a 1.330 m donde por cierto estaban las máquinas que habían trabajado limpiando la carretera. Habíamos andado unos 10 km. A partir del puerto comenzamos a bajar. El tiempo mejoraba a cada kilómetro. Entonces, pensé en las palabras que dije a mis hermanas la noche anterior, sobre el cambio imprevisible del tiempo en alta montaña y que no oyeron porque nada más echarse en la cama se acurrucaron en los brazos de Morfeo.
Conforme descendíamos la mañana se hacía más clara y la nieve iba desapareciendo. Atrás fueron quedando… Fonfría, Biduedo, a orillas del río Cabe y con paisajes de castaños que me transportaron a mi tierra. Le siguieron Filoval, As Pasantes, Ramil y Triacastela. Unos 13 km por caminos y carreteras con abruptas pendientes… una etapa muy dura pero llevadera. El piso, firme y liso, nos permitió avanzar a buen ritmo y disfrutar de aquellos hermosos paisajes.
En esta etapa pudimos ver la típicas y escasa pallozas de la Sierra de Cebreiros, que me recordaron las viviendas celtas reconstruidas en el Monte de Santa Tegra, en La Guardia, Pontevedra y conforme avanzábamos el paisaje más se adornaba con los típicos hórreos.
O´ CEBREIRO. TALLA DE SANTA MARÍA A REAL EN MADERA POLICROMADA |
Texto extraído del libro Turismo o penitencia
Autor José González Mayoral - Goma --
Obra inscrita en el Registro de la propiedad intelectual.
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